Escribir los planes a lápiz


Hace 3 días mi plan para este fin de semana era estar de retiro en un monasterio Benedictino. Pero de repente, como bola de nieve, empezó a manifestarse la gravedad de la situación por el COVID-19. El martes, la universidad a la que asistí en Estados Unidos envió un comunicado donde cancelaba clases presenciales (moviéndolas a modalidad online) por el resto del semestre. El jueves, la escuela donde soy maestra envió un comunicado similar (transición a sesiones virtuales hasta al menos el 12 de abril). Después de algunas llamadas y de coordinarme también con el centro de espiritualidad donde trabajo en CDMX, volé a Chihuahua y heme aquí: en la tierra de los montados y los atardeceres más bonitos del país (el de hoy estuvo increíble, por cierto).

Tenía mis siguientes semanas (y meses) cuidadosamente planeados: el retiro, las clases, los talleres, acompañar a una amiga a una boda en Cuernavaca a fines de marzo, venir a Chihuahua para Semana Santa, volver nuevamente a casa para la boda de una amiga, y...en mayo volar a Calcuta, India. Algunos de esos planes han sido cancelados y otros -como el de India- están en una incertidumbre que, aunque me estresa, estoy aprendiendo a dejar ser. 

Creo ya he escrito que soy una persona que ama las agendas, los planes y los calendarios. Me gusta saber, a detalle, qué tengo que lograr hoy, qué pasará mañana y dónde estaré en 3 meses. Probablemente me gustan estas herramientas por el falso sentido de control que me brindan: la idea de que tengo comprado el tiempo, comprada la vida, y la certeza de que tengo un mañana para el cual planear. Por lo mismo, no pocas veces me confieso de 'falta de confianza en Dios', pues a pesar de saber con mi mente que 'los pensamientos y los caminos de Dios son más altos que los míos' (Isaías 55, 9), me 'cacho' de vez en vez planeando y actuando como si solo existiera yo en la ecuación de la vida y no un Dios a quien le intereso profundamente, tanto así que me tiene 'grabada en la palma de Su Mano' (Isaías 49, 16). Y hasta que no llega algo como el COVID-19, que de a golpe borra mis planes, es que me doy cuenta del poquísimo control que en verdad tengo sobre mi agenda.

Muchas veces he escuchado frases 'cliché' como:
"Los tiempos / planes de Dios son perfectos" (Ahora suena mucho a imagen que incluye a Piolín pero creo su origen tiene que ver con citas bíblicas como la de Jeremías 29, 11 "yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, planes de prosperidad y no de calamidad" o de Proverbios 19, 21 "El corazón humano genera muchos proyectos pero al final prevalecen los designios del Señor").

"Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes" (que en estos últimos días circula el "si quieres hacer reír al coronavirus, cuéntale tus planes").

"Escribe en tu agenda con lápiz, pues no sabes lo que Dios tiene preparado para ti".

Pues estos últimos días me he puesto a pensar en la realidad de las ideas detrás de las frases. No porque crea en un Dios que planea catástrofes o que 'juega' con la humanidad, pero sí creo en un Dios que puede sacar grandes bendiciones, aún de las peores tragedias (como de la Cruz). Creo en un Dios creativo que nos sorprende a través de medios poco-ortodoxos pero que a fin de cuentas nos lleva por caminos mejores de los que habíamos pensado para nosotros mismos. 

Conscientes del cuidado que debemos tener en las próximas semanas en cuanto a higiene (lavarnos mega bien las manos), proximidad social (evitarla) y solidaridad hacia los más vulnerables a nuestro alrededor, creo que podemos aprovechar este tiempo de crisis para abrirnos a la posibilidad de que Dios cambie nuestros planes. En la mayoría de los casos, esto pasará con, sin y a pesar de nuestro consentimiento: nuestros planes cambiarán (viajes, eventos, fiestas, retiros, etc.), pero siento que en nosotros está abrirnos a la posibilidad de que el cambio puede traernos algo aún mejor de lo que habíamos planeado. 

Hace algunos años, una amiga muy activa -a quien le urgía un descanso- se rompió una pierna, y entre broma y broma decía que ella interpretaba el evento como Dios diciéndole "como no te calmabas, te calmé" (y de nuevo, no creo que Dios 'planeara' el dolor de mi amiga, pero sí que lo pudo usar para sacar fruto abundante. Creo lo mismo hoy). Ahora me siento invitada, yo también, a 'calmarme' y dejarme sorprender por Dios, a re-evaluar lo verdaderamente importante, a disfrutar a mi familia, a aprender a trabajar a distancia y a disfrutar la creatividad 'impuesta' a la que nos vemos forzados ante esta crisis. Hay quienes estarán en la primera línea de batalla: todo el personal de Salud, los líderes que deben tomar decisiones difíciles y todos aquellos que estarán directamente vinculados con atender la pandemia, para ellos y ellas mi admiración, respeto y oración. La mayoría de nosotros no estaremos en esa situación (ahora sí que, más ayuda el que no estorba), pero sí podemos tomar lo mejor de esta situación, valorar mucho de lo que hemos dado por supuesto (y que en estos días no disfrutaremos), y dejar que Dios "nos hable en medio del fuego" (Deut 4, 12), seguramente sus palabras, así como al pueblo de Israel, nos guiarán hacia una tierra que mana leche y miel.

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